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Sobre tu herencia judía.

Hola Sarah, mi amor,

Hoy quiero hablarte un poco sobre el judaísmo. Sobre cómo tú, a través de mí, al igual que yo a través de mis abuelos, llevas dentro retazos de miles de años de la maravillosa —y no siempre fácil— historia de un pueblo muy especial.

Esto no será una lección de historia, no. Más bien, será una interpretación personal del judaísmo desde mi perspectiva.

El judaísmo no es sencillo. Para entenderlo realmente, hay que nacer en él, crecer en él. "Neshamá", lo llaman... el alma hebrea, la esencia del ser judío.

Curiosamente, uno de los personajes más importantes dentro de la tradición judía fue Ruth (sí, la de la Biblia), quien es antepasada del gran rey David. Y digo que es curioso porque Ruth no nació judía, sino que se "convirtió" al judaísmo.

Verás, según la norma, para nacer judío, hay que hacerlo de un vientre judío. Es decir, es la madre quien otorga esta condición; el padre no tiene influencia en esto.

Si una mujer judía tiene un hijo con un hombre no judío, sus hijos serán tan judíos como ella. Por el contrario, si el padre es judío y la madre no lo es, los hijos no serán considerados judíos ante la fe.

Tal vez ya sepas esto cuando leas estas palabras, o tal vez no, y sospeches que todo este prólogo apunta a algo obvio: ya que tu madre no es judía, tú tampoco lo eres.

Pues no. Más bien, este contexto prepara el terreno para hablarte de mi caso.

Si leíste la publicación sobre mi familia materna (los Kadoch), sabrás que, aunque mi abuelo León era 100% judío, se casó con mi abuela, quien no lo era. Esto significa que mi madre y sus hermanos, por herencia, no eran considerados judíos, aunque su apellido fuese literalmente una palabra en hebreo que significa "sagrado" (Kadoch).

Esto, a su vez, hizo que yo, al nacer, tampoco fuera considerado judío, a pesar de ser hijo de un hombre judío practicante.

Aquí es donde las complejidades de mi caso comienzan.

Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño. Excepto por algunos meses tras su separación, en los que viví con mi madre, me crié con mi padre.

Mi primer colegio (kínder) fue el colegio judío. Mis viernes eran de Shabat con mi familia paterna. Mis amigos eran judíos. Vivíamos a unos pasos de la sinagoga, a la que asistíamos consistentemente. En casa se respetaba el Kashrut (comíamos exclusivamente comida kosher).

Así que, para mí, siempre fui judío. Nunca lo cuestioné. Pero unos meses antes de mi Bar Mitzvá (a los 13 años), descubrí que debía "formalizar" mi judaísmo con una ceremonia de conversión. Fue un trámite que, aunque necesario, se sintió más como una formalidad que como una novedad.

Definitivamente, tener un apellido materno judío ayudó. En la comunidad ortodoxa judía hay mucho recelo al permitir conversiones, y la razón es entendible: las tradiciones son la base de la supervivencia judía.

Los matrimonios mixtos (judíos con no judíos) representan un desafío para la preservación de estas tradiciones. Esas mismas tradiciones han sido fundamentales para que los judíos, a lo largo de la historia, se mantengan como un pueblo unido y resiliente.

Los judíos son un pueblo pequeño. Hoy, en el año 2021, hay aproximadamente 15 millones de judíos en todo el mundo. Pon ese número en perspectiva frente a los 8 mil millones de habitantes del planeta... es nada.

Y, sin embargo, su impacto en la humanidad ha sido desproporcionado. La cantidad de judíos que han ganado premios Nobel o que han contribuido a la ciencia, las artes, la banca, las leyes o el deporte es impresionante.

Algunos lo atribuyen a que son "el pueblo de D-s". Quizás sea cierto. Pero también podría ser que el mayor regalo de D-s al pueblo judío fueron sus tradiciones: un enfoque en la comunidad, la educación, el trabajo duro, los valores éticos y la inteligencia financiera.

Pero este legado no viene sin costo. A lo largo de la historia, los judíos han sido perseguidos y aniquilados repetidamente. Y lo más triste es que, probablemente, esto continuará.

Nuestros antepasados —los tuyos y los míos— vinieron de Egipto, Alepo y Marruecos. Eran sefarditas, de piel más oscura y cabello negro, distintos de los judíos ashkenazíes de Europa.

Te cuento todo esto para que entiendas la perspectiva interna y nunca caigas en el juego del antisemitismo. Siéntete orgullosa de tener sangre hebrea corriendo por tus venas.

Yo, al final, decidí que mi relación con D-s vive fuera de los contextos de la práctica religiosa. Pero soy, de corazón, y siempre seré judío. Mi D-s es el D-s de Israel, y eso me llena el alma de gozo.

Si decides explorar este tema en el futuro, recuerda lo que te he compartido. Si lo haces porque sientes una llama que te atrae, fantástico. Si es solo curiosidad, también está bien.

Y si no sientes interés, también está bien. Lo único que pido a D-s y al universo es que crezcas siendo espiritual y humilde. Que seas bondadosa con el prójimo y contigo misma. Que vivas con una filosofía de respeto, ética y generosidad.

La vida es breve, y nosotros somos nada frente al vasto universo. Si alguna vez dudas, alza la mirada en una noche de luna nueva, lejos de la ciudad, y contempla las infinitas estrellas.

Te amo,
Papá.

Aquí te dejo algunas fotos de mi Bar Mitzvah - Cuando cumplí los 13 años  de edad. (1990)

Leyendo mi "parasha" o porción en la Toráh. En mi caso fue Vayikrá.

Desayunando con tu abuelo Isaac, tu tía Liz, tu bisabuelo José (de kipá negra de espaldas a la derecha)

Con tu tía Liz =)

Cargando la toráh en la Sinagoga con tu bisabuelo José

Practicando mi Parashá la noche antes de mi Bar Mitzvah

Recibiendo la Toráh por primera vez =)





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